Verdad o Distorsión

El desafío de nuestro tiempo: un discernimiento urgente

Vivimos en una generación en la que, gracias a la accesibilidad del internet, tenemos al alcance de un clic miles de voces, enseñanzas y opiniones que moldean nuestra visión del evangelio. Videos de pastores famosos, conferencias en línea, reflexiones de “influencers cristianos”… todo esto llega a los hogares con facilidad. Y aunque mucha de esa información puede ser buena y edificante, también se ha convertido en la vía más rápida para distribuir falsas doctrinas y distorsiones del mensaje de Cristo.

El evangelio de la prosperidad, las ideas equivocadas acerca de Jesús, las tergiversaciones sobre el Espíritu Santo o la minimización del pecado son ejemplos claros de cómo la confusión puede disfrazarse de verdad. El peligro no está solamente en lo que se niega, sino en lo que se añade o se distorsiona.

La Escritura nos llama a no creer todo lo que escuchamos sin discernimiento. “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus para ver si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido al mundo” (1 Juan 4:1). Esta advertencia, escrita en el primer siglo, es más relevante que nunca en una era donde la información se comparte sin filtros y donde cualquiera puede proclamarse maestro.

El ejemplo de los bereanos también nos enseña el camino correcto: “recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hechos 17:11). No despreciaron la enseñanza, pero tampoco la aceptaron a ciegas. Todo lo contrastaban con la Palabra de Dios.

Esto es urgente porque la tentación de preferir mensajes agradables es real. Pablo advirtió: “vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos” (2 Timoteo 4:3–4). Las redes sociales y plataformas digitales han acelerado precisamente esto: la gente busca predicadores que digan lo que quieren oír, no lo que necesitan escuchar.

Por eso, el llamado para el creyente de hoy es a estar alerta. La Escritura nos ordena: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21). No todo lo que se viste de “mensaje cristiano” es el evangelio. Cada enseñanza debe ser confrontada con la Palabra de Dios, porque solo ella es inspirada, inerrante y suficiente (2 Timoteo 3:16–17).

Un cristiano maduro no acepta de manera acrítica lo que escucha, por muy popular que sea la fuente, sino que lo filtra a la luz de la verdad revelada. La fidelidad al evangelio no se mide por la fama del predicador ni por la cantidad de seguidores en redes, sino por la precisión con la que se proclama la cruz y la resurrección de Cristo.